Y las voces roncas quedaban mudas…
Y los sentidos se veían ridículos ante el espectáculo…
Y el arrepentimiento era un torpe niño llorando por no haber
corrido a abrazar la explosión. Por no haber buscado el foco del impacto… aquel
que le hubiera hecho transformarse en estatua de sal.
Y ahora te ríes porque una tragedia acompaña la sangre de
mil batallas… y tras las batallas una conquista.
Pero esta ligera ecuación se disipa cuando te preguntas:
“¿Y tras la conquista que queda?”
A mí personalmente me quedaron odas y rastrojos que vendí a
las musas…
Quedaron sombras quemadas, impresas, en paredes
desvencijadas de una memoria que adiestro como un Perro Rojo, para que busque
entre los restos…
Y después de un rostro… hay otro rostro… y frente a ellos…
el rostro de la vergüenza el descaro.
Vi esa luz y fue como si algo quedara para siempre en mi
piel. Como si los estigmas desligaran de mí lo humano y lo respetable. Como si
entre quemaduras arcanas hubiera encontrado mi epígrafe y quien comparte mi
torpe abrazo fuera capaz de traducir la desilusión y el rencor del que tanto
dependo.
No hay mayor gloria que haber sobrevivido a ruinas y
mascaras de la perfección.
No hay mayor maldición que ser compañero de asrais*… y ser
comparado con fuegos extinguidos.
Y mi regalo es la indiferencia, y la larga distancia, ante tu
nueva explosión que dejara nuevas víctimas. Pues no hay mayor satisfacción que
ver que una tragedia te vuelve importante… vuelves a creerte parte del cosmos.
Vuelves a ser el astro que quema una piel… que fustiga inocencia…
Vuelves a ser alma caprichosa…
Y después de un alma… hay otra alma… y frente a ellas…
… La destrucción y tu presencia, Reina.
D.Brun
*En el folklore ingles las asrais son un tipo de hadas acuáticas
que se derriten si se las atrapa y se las expone al sol.
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